miércoles, 30 de enero de 2013

Retiro para la elección de servidores (19-1-2013)


RENOVACIÓN CARISMÁTICA
Retiro para la elección de servidores (19-1-2013)

INTRODUCCIÓN

         Podemos considerar que comenzamos una nueva etapa por la importancia que tiene el cambio en los equipos de servicio, aunque eso no es lo fundamental en nuestro camino de fe, ni siquiera en la vida de la Renovación Carismática, porque lo importante es que seamos capaces de seguir alabando a Dios en todo momento y circunstancia, escuchándole y que su Espíritu Santo nos siga guiando y nos haga cada día más dóciles a su voz y más humildes y sencillos.
         La obra siempre es de Dios, pero él nos utiliza a nosotros como instrumentos. Muchos de nosotros le pedimos en nuestra oración, con nuestros cantos, que nos moldee, que nos haga nuevos cada día, y no cabe duda que lo va haciendo. Cuando soy capaz de pararme y de reconocer la obra que el Espíritu Santo ha hecho en mí, no tengo más remedio que postrarme y reconocer su infinita misericordia, su sabiduría, su amor. Pero aun viendo eso, también estoy convencido de que Dios necesita a personas concretas para hacer lo que se necesita en cada momento.
         El apóstol San Pablo en su carta a los Efesios 4,11 dice: “Y Él ha constituido a unos, apóstoles, a otros profetas, a otros evangelizadores, a otros pastores y maestros”. Habitualmente nuestro interés se queda ahí y ponemos el acento en que hay diversidad de carismas, que cada uno está llamado a una “tarea” según Dios quiere, pero el texto continúa: “Para el perfeccionamiento de los santos…y para la edificación del Cuerpo de Cristo”.
         Esto último da sentido a todo lo anterior, porque si el Señor “constituye”, si regala carismas es para algo y llama más la atención la denominación que el apóstol da a los miembros de aquella primera iglesia, a los miembros del Cuerpo de Cristo que somos todos nosotros, les llama santos. ¿Lo eran o es que estaban llamados a serlo? Y ahí estamos nosotros. “Llamados a ser santos”.
         Esa santidad, todos sabemos que no podemos conseguirla por nuestros medios y es la acción santificadora del Espíritu Santo la que nos tiene que capacitar.
         Lo que da sentido a nuestra vida es la búsqueda de la santidad, pero no en abstracto, como si fuese algo ajeno, que sólo afectase a los otros, se trata de “mi santidad”, porque nosotros estamos hechos para la santidad, es nuestra vocación; hemos sido creados a imagen de Dios y destinados a ser semejanza de Dios. Y no ser santos significa fracasar. En cambio mis carismas, aún siendo útiles para que otros caminen buscando esa santidad, a mí pueden llevarme a la perdición.
         A la santidad y a los carismas les sucede como al evangelio y la vida, no son dos caminos distintos, sólo hay un camino y es unir los dos.
         Los místicos lo entendieron y lo entienden perfectamente: los carismas, como todo lo demás que tenemos, son un regalo de Dios y es necesario vivir la gratuidad en todos los sentidos, reconociendo que por ser regalo de Dios debemos darle gracias cuando lo recibimos y debemos darlo gratis a los demás.
         Muchas de las reacciones equivocadas que vemos en los demás y que nosotros mismos tenemos, se deben a que no se entiende esto y si se entiende no se acepta fácilmente. Ejercer un carisma no es un derecho que podemos exigir, es una obligación, un servicio a los demás. Y ese servicio tiene que pasar por una renuncia a nosotros mismos y una entrega desinteresada.
         Caminar en santidad implica un desasimiento, una renuncia constante. Nada de lo que tenemos es nuestro, ni siquiera los bienes espirituales, pero los que tenemos son para ponerlos en ejercicio, en caso contrario no recibiremos el ciento por uno y se nos pedirán cuentas por no hacer fructificar el don recibido.
         ¿Y cómo podemos conseguir este equilibrio? La fórmula es siempre la misma; pidámosle al Señor la docilidad y la humildad necesarias para que nuestro corazón esté siempre abierto a la acción de su Espíritu Santo y Él que sabe lo que necesitamos nos lo dará.
         Por eso le tenemos que decir: “Tú, Señor, que conoces nuestros corazones, ven en ayuda de nuestra debilidad para que seamos santos e irreprochables ante Ti”.
         El servicio, cuando es de verdad, es una gran bendición porque el Señor da siempre el ciento por uno, pero también es un desgaste. El que no siente que se está dejando la piel, la vida, por servir a los demás no está sirviendo, “se está sirviendo”.
         Por eso la elección para el servicio debe ser adoptada desde la oración, la escucha y el discernimiento. Dios siempre bendecirá nuestra elección si está hecha con pureza de intención.
         Una cosa importante y que muchas veces olvidamos: el Señor no necesita nuestra capacidad porque Él capacita al que llama, no necesita nuestros carismas porque Él es el dueño de los carismas, sólo necesita que doblemos nuestras rodillas ante Él y le digamos: “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”.


I.- EL SERVIDOR IDENTIFICADO CON SU MISIÓN


         “Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién serviréis… Yo y mi familia serviremos al Señor” (Jos 24, 15).
         El pueblo de Israel decide servir al Señor. Vosotros habéis tomado la libre decisión de seguir al Señor y este seguimiento exige adhesión y fidelidad, buscándole en todo momento. Es lo que nos dice el Dt. 4, 29: “Buscarás al Señor, tu Dios, y lo encontrarás si lo buscas de todo corazón”.

         1.- Jesús elige a sus discípulos
         Marcos 3, 13-15: “Jesús subió al monte y llamó a los que él quiso, y se reunieron con él. Así instituyó a los doce, que los llamó también apóstoles, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, y a expulsar demonios”.
         Jesús subió al monte, lugar de amplia visión, de toma de decisiones y de grandes acontecimientos. Lugar de oración y encuentro con el Padre y llamó y eligió a los que él quiso, de entre un número amplio de seguidores y se reunieron con él. Es Jesús quien llama, quien toma la iniciativa; sin embargo, la respuesta de adhesión al Señor es libre en cada uno de los discípulos, sienten la vocación de seguirle y se congregan con él.
         El discípulo es llamado por Jesús para vivir junto a él en la intimidad, aprender de él y formar parte de su grupo, que requiere una fidelidad y relación de amistad, que dan lugar a compartir dudas y experiencias; todo un aprendizaje durante tres años en el conocimiento y doctrina del Maestro. Este encuentro personal con el Señor les transmite una forma de vivir, pensar y actuar como él.
         El servidor, en la Renovación, seguirá los mismos pasos y el orden en que lo hicieron los primeros discípulos en el seguimiento a Jesús. El Evangelio es el mismo y el proceso de ser discípulo antes que apóstol es imprescindible en la proclamación del Reino.
         El servidor no se postula a sí mismo, sino que a través de los hermanos ha sido llamado por el Señor para confiarle una misión; por tanto, el Señor elige, pone su confianza en él, quiere su amistad, es su acompañante en el camino de la conversión y crecimiento personal junto al grupo de hermanos.
         Igual que los apóstoles cuando volvían de predicar, se reunían con Jesús para contarle cómo les había ido la jornada, qué había sucedido, qué dificultades habían tenido, etc, y lo hacían a solas con el Señor, del mismo modo, el servidor, ha de volver junto al Maestro, al final de cada jornada de trabajo, para hablar con confianza y aprender de él. Es necesario constituir una relación de intimidad personal, que lo conduzca al conocimiento de la verdad, al amor que todo lo puede.

         2.- Servir desde el amor
         Así sucedió con Pedro. Jesús resucitado y vencida la muerte, se dirige a Pedro para preguntarle si lo amaba; hasta tres veces le pregunta, espera completar el número de confesiones de amor, para destruir la herida de sus tres negaciones.
         “Pedro, ¿me amas más que éstos? Y Pedro responde: Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”. Y el Señor confía en Pedro, que le declara su amor, y le da el encargo de construir y dirigir su Iglesia, diciéndole: Apacienta mis ovejas.
         Así también, el servicio ha de hacerse desde el amor, la humildad y la obediencia al Señor; querer hacer su voluntad, como Pedro y con toda sinceridad decirle: Tú lo sabes todo Señor, tú conoces mis capacidades y debilidades, mi vida está en tus manos.
         En todo servicio hay un gran secreto: poner los ojos en el Señor, fiarse de él. Su Palabra nos dice: Sin mí no podéis hacer nada (Jn 15, 5). Con él podemos realizar el servicio confiado y dar fruto en abundancia y duradero.
         El Papa Benedicto XVI en la carta apostólica “Porta Fidei” dice: “Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, esa que no tiene fin”.
         El servidor tiene que ser una persona de fe, porque sólo el que tiene fe camina seguro y confiado, sin vacilar, y ello genera la confianza para que otros le sigan.
         El servidor tiene que conocer el camino a recorrer, porque el que guía tiene que ir por delante, aunque recorra el mismo camino que los demás.
         Y para ello es imprescindible la oración. Sin vida de oración personal no hay progreso espiritual, porque sólo la oración comunitaria no basta. Por eso, la oración diaria para el servidor, no es un lujo, es una necesidad y una obligación para poder cumplir con su servicio. Debe tener recogimiento interior y actuar siempre desde esa apertura a la presencia de Dios en su vida. Hay que disponerse interiormente para dejarse inspirar y guiar por el Espíritu Santo para poder guiar a otros, y así promover en los hermanos esa vida que Dios les ha concedido y puedan desarrollar todos los dones y capacidades que de él han recibido.
         Cuando el servidor tiene esta disposición interior a la apertura al Espíritu Santo, va conociéndose a sí mismo, su propia realidad, sus pasiones, sus emociones, sus sentimientos, su pecado; en una palabra, su limitación y pobreza; y es bien importante esto porque, conociéndose a sí mismo, no se elevará por encima de nadie y no le costará ser el último.
         El servidor lo es, no porque sea el mejor, el más fantástico, sino porque así le ha parecido bien al Señor. Por eso, no tiene que pensar que todo lo hace bien y que sin él nada marcha como debe, es decir, no sentirse imprescindible.
         Otra cosa, que no se crea que sólo a él le habla Dios y que es infalible, pues entonces no sabrá escuchar a nadie que no sea él mismo.

II.- EL CARISMA DEL SERVICIO

         Ser servidor es un carisma. Y el carisma supone una llamada del Señor, una gracia que él mismo confiere y un don que capacita para realizar la misión encomendada.
         Como todo carisma, el servicio es una luz y una fuerza que da el Espíritu Santo, luz y fuerza que hacen ver la necesidad y el sufrimiento en el hermano, al mismo tiempo que se tiende a ayudarlo. Se trata, por consiguiente, de obedecer al Espíritu, a ese Espíritu que impulsa siempre a hacer lo que el Señor pide, como él lo pide y donde lo pide. Quien tiene el carisma del servicio está revestido de los mismos sentimientos de Cristo Jesús, que pasó haciendo el bien y supo acercarse a los pobres, a los marginados, a los enfermos, a los que nadie quería. Por eso es tan importante para vivir este carisma la humildad, la renuncia a los propios derechos, el saber perder, la muerte al egoísmo, al orgullo y al amor propio. Servir es amar. Si todos los carismas deben estar motivados por el amor, el servicio es lo que hace al amor transparente. Ya san Pablo lo decía cuando nos daba las características del amor. El amor es paciente, es servicial.. (1 Cor. 13, 4).
         Como ejemplo de este carisma bien podríamos poner la parábola del buen samaritano. En ella se ve que el verdadero servidor, a veces, no es quien debiera ejercerlo por el ministerio encomendado, sino el que no cuenta demasiado pero que sin embargo está atento a las cosas que hacen falta y es misericordioso con todos. El sacerdote y el levita pasaron de largo, dieron un rodeo para no implicarse demasiado en el sufrimiento del hermano. El samaritano, sin embargo, es quien se compromete hasta el final, el que tiene el auténtico espíritu de servicio hacia los demás. Se trata del amor, una vez más. El verdadero prójimo es el que tiene compasión del otro (Lc 10, 25-37).
         Jesús lo tenía muy claro: no se puede ser de Dios y estar a la defensiva, no se puede obedecer al Espíritu Santo y pensar antes en uno mismo que en los otros. Lo explica con una frase bien significativa: “Nadie puede servir a dos amos; porque odiará a uno y amará al otro; o será fiel a uno y al otro no le hará caso. No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24). Dinero que no sólo hay que entender en sentido literal sino que es también todo lo que significa posesión, dominio, acaparamiento. Y es que, donde está el tesoro está irremediablemente el corazón.
         A veces, el estar en un grupo cristiano no nos libra del gusto al poder, al prestigio, al dejarnos llevar por el qué dirán. Somos humanos y nos gusta ser considerados y valorados y nos gusta también a aspirar a puestos importantes o a  estar en los de arriba. Ni siquiera los apóstoles, estando al lado del Señor, se libraron de este pecado. Nos dice san Marcos: “Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino? Ellos callaban, pues por el camino habían discutido sobre quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: el que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9, 33-35).
         El ejemplo a seguir lo tenemos en Jesús. Él, que está ungido por el Espíritu, es el que nos abre el camino de la voluntad de Dios. Hay que mirarlo a él para comprender cómo debemos vivir, cómo relacionarnos con los demás, cuál debe ser la escala de valores que nos mueva. Jesús no sólo habla, no sólo da discursos, sino que vive aquello que dice. Y si ha venido a comunicar la buena noticia del amor del Padre a la humanidad, toda su vida ha de estar impregnada de gestos y actitudes que manifiesten ese amor. Por eso su misión fue un servicio desinteresado al Padre y a todas las gentes. Por eso se rebajó hasta someterse a la muerte y una muerte de cruz.
         Algunos textos evangélicos nos pueden ayudar a comprender esta realidad. El primero hace relación al deseo de puestos importantes que tenían los apóstoles. En este contexto, Jesús les habla a sus amigos: “Sabéis que los jefes de las naciones los gobiernan tiránicamente y que los magnates las oprimen. No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser importante entre vosotros, sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero, sea vuestro esclavo. De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos” (Mt 20, 25-28). Y por si quedara dudas, en el Evangelio de Lucas, Jesús vuelve a desarrollar este tema añadiendo un nuevo matiz: ¿Quién es más importante, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Pues bien, yo estoy en medio de vosotros como el que sirve (Lc 22, 27).
         Y para muestra, un ejemplo. Todos lo conocemos. Estamos en la Última Cena de Jesús con sus discípulos. El evangelista comienza diciendo que habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Jn 13, 1). Después viene el relato del lavatorio de los pies. Para Jesús, amar es rebajarse, ponerse de rodillas delante del hermano, ayudar a limpiar desde la propia humillación su suciedad, quitarse el manto del poder para poder servir… Al final, la lección para nosotros: Os he dado ejemplo, para que hagáis lo que yo he hecho con vosotros. Yo os aseguro que un siervo no puede ser mayor que su señor, ni un enviado puede ser superior a quien lo envió. Sabiendo esto, seréis dichosos si lo ponéis en práctica (Jn 13, 15-17).
         El servicio se hace carisma también cuando hay hermanos que son elegidos por el grupo para una tarea concreta: son los servidores. Todos conocemos su significado, porque en gran parte depende de ellos que los grupos vayan creciendo en la fidelidad al Espíritu Santo.
         Un buen servidor es el que es consciente que este carisma, aunque haya sido recibido por la elección de los miembros del grupo, es un don que le viene de lo alto.

        
         Estamos viviendo un momento importante, en el que vais a elegir, a la luz de Dios, aquellos hermanos que pastorearán nuestro grupo en el equipo de servicio. Por eso vamos a hablar de las cualidades humanas y espirituales que debe tener un buen servidor. Esto es bueno y nos ayudará a hacer un buen discernimiento, aunque muchos penséis que no estáis capacitados para llevar a cabo esta tarea.
         El artículo 3.3.2 del Reglamento de la Renovación habla sobre las cualidades del servidor que yo voy a leeros literalmente. Dice así:
    Los miembros que forman los diversos órganos de servicio, dada su importancia y su responsabilidad, deben ser personas de:
-         Oración y frecuencia sacramental.
-         Fieles a la Palabra y al Magisterio de la Iglesia.
-         Con don de gobierno: pacientes, dialogantes, capaces de trabajar en equipo.
-         Con sentido común, equilibrio mental y emocional y discernimiento.
-         Que conocen y viven la espiritualidad propia de la RCC  y velan por el uso correcto de los dones y carismas.

    Se apuntan estas cualidades siendo conscientes de que el Señor hace maravillas  con la pobreza de los hermanos/as y regala a los que escoge los dones necesarios para el servicio.
    Seguro que después de escuchar esto, todos diréis que, desde un punto de vista humano, ninguno de nosotros tenemos las suficientes cualidades humanas y espirituales. ¿Significa esto que no tenemos que tener servidores? No. Significa que tenemos que confiar en la Sabiduría de Dios y en la fuerza de su Espíritu Santo, porque es Dios quien nos llama y es el Espíritu Santo quien nos capacita. No olvidemos nunca las palabras de Jesús: No me habéis elegido vosotros a mí sino que soy yo quien os ha elegido a vosotros. Los que salgáis no habéis elegido ser servidores. Es Dios, a través de los hermanos, quien os elige.
    Por eso es importante que lo sienta como un regalo, que lo viva en la humildad y en la gratitud, y que esté personalmente abierto al Espíritu a través de una vida de oración. Después, es necesario que ame a los hermanos para los que ha sido elegido para servir. Sin amor, y sin amor concreto, no hay carisma, sólo el cumplimiento de unas funciones u obligaciones. El servidor no es el dueño del grupo, ni el que manda, ni el que tiene que dar los criterios de organización según su forma de ser o de pensar. El servidor, desde su apertura a Dios y desde el amor a los hermanos, desde las cualidades que el Señor le ha dado, debe trabajar, en unidad siempre con el resto de servidores y en comunión con toda la Renovación, para que las personas se abran a la acción del Espíritu y a sus carismas, para que sea el Señor y no otros intereses los que dinamicen tanto la oración como el desarrollo de las reuniones, para que, en definitiva, la comunidad se vaya construyendo.
    Y para terminar este apartado lo hago con unas palabras del apóstol de los gentiles cuando da normas concretas de conducta para el servicio a los hermanos. Dice así: “Que vuestro amor no sea una farsa; detestad lo malo y abrazaos a lo bueno. Amaos de verdad unos a otros como hermanos y rivalizad en la mutua estima. No seáis perezosos para el esfuerzo; manteneos fervientes en el espíritu y prontos para el servicio del Señor. Vivid alegres por la esperanza, sed pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración. Compartid las necesidades de los creyentes; practicad la hospitalidad… Vivid en armonía unos con otros y no seáis altivos, antes bien poneos al nivel de los sencillos. Y no seáis autosuficientes” (Rom 12, 9-13.16).


III.- EL SERVICIO Y EL SERVIDOR A EJEMPLO DE MARÍA


         No ha habido en la historia de la humanidad servidora más eficaz para el Plan de Salvación de Dios que María. Ella es fiel espejo en el que mirarnos, cuando tratamos de comprender cómo debe ser un servidor y cuál es la actitud que debemos tener ante Dios.
        
         1.- Ya desde la Anunciación del ángel Gabriel (Lc 1, 26-38) y su primer saludo (Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo), la reacción de María, muy humana por cierto, es de temor (Ella se asustó por estas palabras). No pareció alegrarse mucho aunque el ángel le invitara a ello. Más bien al contrario. El ángel le da una explicación: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios… Precioso, sin duda, pero María, desde un punto de vista muy humano y muy razonable, plantea alguna duda: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? Lo que el ángel expresa a continuación es el momento de GRACIA: el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. La sola mención al Espíritu Santo hace que éste penetre hasta lo más hondo del alma de María, proporcionándola la certeza profunda de Dios y la plena confianza en su poder. Entonces, ya no desde la mente sino desde la revelación, la respuesta de María es plena en sabiduría, humildad y disponibilidad: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
        
         De esta Palabra y de la actitud de María extraemos las primeras conclusiones:
·        Es Dios quien nos llama y nos elige para servirle.
·        Es Él quien nos capacita, por la acción del Espíritu Santo, llenándonos de fe y confianza.
·        Ser humildes no es sólo sentirnos pequeños y limitados, sino aceptar la llamada de Dios bajo estas premisas, confiando en su poder que multiplica y unge nuestras pobres habilidades.
·        Estar disponibles. Probablemente, al igual que muchas veces nosotros, María también pensó “que no era aquél el momento más adecuado”. Imaginaos quedarse embarazada sin estar casada, en aquella cultura y en aquel tiempo… pero ella no cuestiona el momento de Dios sino que lo acoge.

2.- Pasado un tiempo desde la Anunciación, María prorrumpe en una aclamación a Dios (Lc 1, 46-56) que, en muchas ocasiones, se contrapone con nuestros sentimientos hacia el servicio. Así, mientras nosotros pensamos “vaya responsabilidad, vaya compromiso, no voy a estar a la altura de las circunstancias, no tengo tiempo, mis circunstancias personales son complicadas, etc.”, ella alaba a Dios y se alegra en Él (Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador…). Mientras a nosotros se nos cae el mundo encima, ella se siente privilegiada por ser elección de Dios (porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas…). Mientras nosotros sólo acertamos a intuir dificultades y tribulaciones, ella es consciente de ser un eslabón precioso en la cadena de la Salvación al ver realizarse la promesa que Dios había hecho desde antiguo (Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como había anunciado a nuestros padres a favor de Abrahám y de su linaje por los siglos).
                  
         Seguimos extrayendo preciosas conclusiones:
·        Estar alegres en la confianza de ser llamados por Dios, nuestro Salvador.
·        Alabar a Dios y darle gracias por encima de toda circunstancia.
·        Sentirnos privilegiados y honrados por su llamada.
·        Aceptar dicha llamada con mucha humildad, pues no somos mejores que nadie y, por tanto, no nos debemos sentir superiores a nadie. Para que Dios nos colme de bienes debemos estar hambrientos para amarle a Él sobre todas las cosas y para ser los últimos y los servidores de todos.

         3.- Otra magnífica faceta de María, de la que debemos aprender en el ejercicio de nuestro servicio, es la de interiorizar las situaciones, meditarlas y buscar luz sobre ellas en nuestra oración personal. Como se nos dice en Lc 2, 19, María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón. Ante la tentación de actuar con prisas, de agobiarnos ante los problemas, de querer solucionarlos de cualquier manera o de resolverlos de una manera racional, María nos da ejemplo de buen discernimiento: acogiendo, reflexionando y orando.

4.- Otro motivo de reflexión es la actuación de María en las bodas de Caná, antes del comienzo de la vida pública de Jesús. De ahí podemos extraer varias magníficas conclusiones:

- María está atenta para descubrir la necesidad del otro.
Cuántas veces, nuestras prisas y nuestros agobios hacen que no prestemos atención a la ayuda que nuestro hermano nos está pidiendo. Estamos tan ensimismados en nuestro pequeño mundo que, a menudo, caemos en la tristeza y la depresión. Bastaría con que miráramos con atención a nuestro alrededor, para que descubriéramos que, en la mayoría de las ocasiones, lo que nos preocupa es nada comparado con el dolor y el sufrimiento que, con mayores motivos, experimentan muchos de los que nos rodean. Además, mientras estamos exclusivamente pendientes de nuestros problemas, no sólo no los solucionamos, sino que los solemos hacer más grandes e importantes de lo que realmente son. La actitud de María nos habla de la atención del servidor a los pequeños detalles humanos, los que integran y ayudan a construir la comunidad. También nos habla de desprendimiento, de no encerrarnos en nosotros mismos, sino de estar atentos para captar las necesidades de los otros y actuar sobre ellas.
        
         - María es consciente del poder de Jesús.
         Aún no había comenzado la vida pública de Jesús. Aún no se habían contemplado la multitud de prodigios que acompañarían su predicación. Y, sin embargo, María ya es plenamente consciente de los dones sobrenaturales de su Hijo. A quien vive en la intimidad de Dios, el Padre le da la intuición espiritual de conocer certeramente sus caminos y de saber que nada hay imposible para Él.
        
         - María intercede por las necesidades de otros.
         La intercesión de María cambia los planes de Dios. A pesar de que aún “no es la hora”, María, con su insistencia, su confianza y su fe en el poder de Jesús, propicia su decisiva intervención en bien de los novios. Es una gran lección de fe y confianza. Nosotros, a menudo y por uno u otros motivos, no clamamos por la intervención de Dios. Sin duda, no creemos merecer su atención o no pensamos que nuestra súplica vaya a encontrar respuesta. Estamos profundamente equivocados pues no sólo nos escucha con atención, sino que se deleita cuando le pedimos por las necesidades de otros. Él, que es Amor, se goza especialmente cuando el amor brota de nuestro corazón. ¡Y su generosidad nos desborda y va siempre más allá de lo que nosotros podamos concebir!.

         5.- Como colofón de este somero recorrido por la vida de María, nos encontramos en Juan 19, 25, Junto a la cruz de Jesús estaba su madre. La vida de María no es fácil… pero persevera hasta el final. El verdadero discípulo y servidor de Jesús permanece siempre a sus pies, en la alegría y en la tristeza, en la tribulación y en el regocijo, en la oscuridad y en la luz.
         Vemos cómo a través de los pocos párrafos de los Evangelios que nos relatan hechos relacionados con María, podemos dibujar un precioso perfil de las cualidades del servidor y de su actitud ante el servicio. Las resumo a continuación:
·        El buen servidor acoge el don de Dios en la certeza de que es Él quien le elige y capacita por la acción del Espíritu Santo.
·        El buen servidor es humilde para aceptar la llamada de Dios porque confía en su Poder y no en sus propias fuerzas.
·        El buen servidor es disponible y no cuestiona el momento de Dios sino que lo acoge.
·        El buen servidor está siempre alegre porque vive en la esperanza que sólo Dios da.
·        El buen servidor alaba a Dios por su grandeza y le da gracias por elegirle para su servicio.
·        El buen servidor se siente privilegiado por la llamada de Dios.
·        El buen servidor debe ser el último y el servidor de todos. No es mejor que nadie y, por tanto, no se debe sentir superior a nadie.
·        El buen servidor ora permanentemente, guarda las cosas y las medita en su corazón.
·        El buen servidor discierne acogiendo, reflexionando y orando al Espíritu Santo.
·        El buen servidor está atento para descubrir la necesidad del otro y cuidar los pequeños detalles.
·        El buen servidor confía ilimitadamente en el Poder de Jesús.
·        El buen servidor intercede por las necesidades de los hermanos.
·        El buen servidor persevera en toda circunstancia y permanece, en todo momento, a los pies de Jesús.
            



3 comentarios:

  1. gloria a DIOS por esta enseñanza que uncion la de nuestro querido parroco Luis Mariano, que riqueza y verdad esperitual, que suerte tenemos con el, deseo y espero que muchos hermanos se nutran con esta enseñanza, debemos acudir a ella cuando se nos olvide que servir desde Dios, con El y para El, es lo mejor de lo mejor.GLORIA A DIOS

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  2. Amén q byena enseñanza q llenan nuestra vida y capacita para perseverar hasta el final.

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  3. Dios los bendiga y muchas gracias por darnos toda esta información que será muy beneficiosa para mis enseñanzas🙏🕊💕

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